(...) En términos más prosaicos, podríamos referirnos también a las hogueras de libros y a la consideración de «arte decadente» con las que el nacionalsocialismo se propuso evitar la infiltración de impurezas en su construcción del hombre nuevo europeo. O al «nihil obstat» de los censores católicos que tal vez convenga a los ramalazos inquisitoriales de estos capataces de la ingeniería social que llevan más de un siglo buscando soluciones de evacuación para el material humano sobrante que no se deja reprogramar. Pero la referencia a Bradbury es especialmente acertada por lo que su libro tiene de augurio distópico. Adjetivo éste, el de distópico, del cual soy consciente de que se me cuela mucho en las columnas desde que las pandillas de la nueva política comenzaron a diseñar la España y los españoles tal y como deberíamos ser, ya reeducados, una vez terminada esa Transición Verdadera cuya patente fue reclamada en algún momento hasta por Rivera cuando aún parasitaba la imagen de Suárez: tantas imágenes ha parasitado Rivera, últimamente la de Macron, que parece uno de esos recortables de mi infancia donde a un mismo personaje se lo podía vestir con infinidad de uniformes. (...)
Fonte | ABC