De ahí, de esta mentalidad se entiende la actitud de Wiggins todos estos días en el podio. Nada de carpe diem. Como en el podio de una etapa de Dauphiné, en la que Wiggins apremiaba a las azafatas para que espabilasen y no se demorasen en la entrega del premio; venga, que tengo que descansar, hidratarme, comer algo, pasar el control, hacer rodillo, dar la conferencia de prensa, o seguir concentrándome para el Tour… vete a saber lo que se le pasaría por la cabeza al británico. Pero esa última raya de París, la de los Campos Eliseos, apareció ayer como un fantasma entre la niebla del Peyresourde. No había pancarta de la montaña y la raya, si es que existía, no era más que el recuerdo borrado del paso del Tour en el día anterior. Pero Wiggins sí que la sintió y allí desconectó o más bien rebobinó en su cabeza. Y todo lo que apareció, ese torrente desbocado de recuerdos, sacrificios y sentimientos, le hizo perder la concentración que no había abandonado en este Tour en ningún solo segundo.
Fonte | El País
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