(...) La figura del delator es un clásico de la antigüedad que debería disuadir a los corruptos, pero está visto que la codicia es un impulso incontenible para una gran cantidad de políticos, convencidos de que se puede ejercer el magisterio del cohecho desde la impunidad e incapaces, por tanto, de prever que su absoluto desconocimiento de la naturaleza humana -tu quoque, fili mi!- quedará en evidencia cuando las cosas vengan mal dadas. Matas fue muy ingenuo, y sobre todo muy soberbio, al pensar que sus antiguos colaboradores se hundirían con él sólo por el placer de compartir su mismo destino. (...)
Fonte | El Mundo
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