(...) En la segunda parte, las Variaciones Enigma, de Elgar,
sirvieron para constatar la enorme calidad de la orquesta, que dejó que
el gran órgano del Auditorio se uniera a la fiesta final (el compositor
inglés marcó su parte ad libitum). Fue una versión
descafeinada, poco victoriana si se quiere, de nuevo rutinaria, en la
que los mayores destellos de genio se concentraron en la decimotercera
variación, que permitió incluso tender un puente simbólico con el
comienzo del concierto: dos joyas destellantes en medio de una grisura
generalizada. El metal volvió a sonar poderoso pero descompensado, las
maderas se lucieron en todas sus intervenciones (y es justo citar ahora
expresamente al clarinetista Mark van de Wiel) y la cuerda desplegó
omnímoda sus poderes en una obra que todos estos instrumentistas podrían
tocar casi de memoria y sin nadie en el podio. Pero Áshkenazi estaba
allí, afable, sonriente, antidivo, obsequioso con todos, público
incluido. Su larguísima carrera directorial sigue siendo un milagro nada
fácil de comprender. (...)
Fonte | El país
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Cogito,ergo sum - La Voz de Galicia (18/10/2020)
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