Y el don de la lengua, demasiado oneroso para una cultura de profesores agarrados al diccionario. «Poetes restrenyits», en palabras de Espinàs; escritores de «diumenge a la tarda» y antólogos sectarios vieron en Sagarra la osadía del espíritu creador. Y le aplicaron el martillazo japonés: «Clavo que sobresale...». Un Comte Arnau para escuchar, porque Sagarra escribía para que el pueblo recordara sus versos de viva voz. Porque le interesaba el
«scripta manent», pero todavía más el «verba volant», el verbo que sobrevuela los siglos y vence al olvido.
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