El Juli, que se había dejado en la espada la oreja del codicioso segundo, no quiso quedarse atrás. Y reventó la plaza a puro pulso tras ahormar a placer al quinto. Un manso encastado con el que el madrileño se amalgamó en naturales enroscados a la cintura y derechazos llevados al non plus ultra. No falló el estoque; fulgurante esta vez. Dos orejas.
Fuente | El Mundo
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