(...) Los cuatro capítulos restantes son completamente diferentes: una extensa meditación sobre, en orden ascendente, la memoria, el tiempo, la eternidad y la Creación. Agustín habla con franqueza de su ignorancia del orden divino y natural, y persevera en su búsqueda de la claridad. Sus conclusiones y su método introspectivo inspirarán durante siglos a los filósofos subsiguientes, desde Descartes (cuyo
cogito ergo sum, pienso luego existo, es un eco directo del
dubito ergo sum, dudo luego existo, de Agustín) hasta Heidegger y Wittgenstein. Lidia con el Principio: “Comenzaré por responder al interrogador que pregunta: ‘¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra?’. Pero no responderé con ese chiste que alguien habría contado: ‘Está preparando el infierno para aquellos que escudriñan
con curiosidad las cuestiones profundas”.
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